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‘Lo que sucede aquí se queda aquí’ fue el slogan de una campaña publicitaria para promocionar el turismo en la zona de Nevada. Aunque, desde entonces, se ha convertido en un principio inviolable, es una máxima implícita en los códigos de las vacaciones en el que el ‘aquí’ se reemplaza por el lugar de destino, significando que lo que ocurre en un determinado lugar será preservado con total discreción y privacidad por el grupo.
Ciertamente, las vacaciones son una ocasión privilegiada para la distracción, el esparcimiento y la diversión. No obstante, todo ello suele estar asociado a permitidos, que dan lugar a excesos, y que terminan convirtiéndose en problemas. Hablo ni más ni menos que del consumo del alcohol y drogas que comienzan en estos paréntesis de asueto, pero que se extienden fácilmente fuera de ellos.
Tal vez todo esto sea provocado por el anonimato que supone la distancia, por la complicidad exacerbada con los colegas, por las ganas de experimentar nuevas sensaciones, por la presencia de mayor tiempo libre o por la necesidad de romper con las rutinas y (un poco) con las reglas, aunque sea por un rato. En cualquier caso, es común encontrar esto en el relato de muchos jóvenes y adultos que entienden que su consumo problemático arrancó a partir de ese primer contacto con las drogas en vacaciones.
Aunque el mayor problema de estos excesos, como decíamos, es que suelen servir para desdibujar el paréntesis que supone el final de las vacaciones, y con esa misma facilidad suelen transferirse a la vida cotidiana. Efectivamente, tanto las drogas como el alcohol, consumidos en exceso, tienen una gran pregnancia en la vida de las personas, y poco a poco van invadiendo otros espacios. Y me permito citar aquí el ejemplo de un alcohólico que empezó a tomar de más en una que otra fiesta, que más adelante sintió que sin el alcohol no podía divertirse, que luego empezó a incluirlo en momentos impensados y, casi sin darse cuenta, terminó necesitándolo en el desayuno.
En otras palabras, cuando las personas consumen una droga por primera vez, pueden percibir lo que parecen ser efectos positivos, y también pueden creer que controlan su consumo tras un período de descontrol. Sin embargo, las drogas pueden apoderarse rápidamente de sus vidas. Básicamente, porque si el consumo continúa, otras actividades placenteras se vuelven menos agradables, y las drogas se vuelven necesarias para que la persona se sienta normal.
La adicción es una enfermedad crónica y recurrente del cerebro que se caracteriza por la búsqueda y el consumo compulsivo de drogas, a pesar de sus consecuencias nocivas. Estudios de imágenes cerebrales de personas adictas muestran cambios físicos en áreas del cerebro que son esenciales para el juicio, la toma de decisiones, el aprendizaje, la memoria y el control del comportamiento. Los científicos entienden que estos cambios alteran la forma en la que funciona el cerebro, y pueden ayudar a explicar los comportamientos compulsivos y destructivos de la adicción.
Al igual que con cualquier otra enfermedad, la vulnerabilidad a la adicción varía de una persona a otra, y no existe un solo factor que determine si una persona se volverá adicta. En general, cuantos más factores de riesgo (sociales, genéticos, etc.) tenga una persona, mayor es la probabilidad de que el consumo termine en adicción. En este sentido, Manel Colomer, nuestro especialista en adicciones, nos señala que, curiosamente, es en el período post vacacional cuando más gente se ingresa.
Para ello es sumamente importante no minimizar estos comportamientos post vacacionales. Es fundamental entender que no se trata de algo residual, recreativo, inofensivo, casual o temporal, sino todo lo contrario. Por eso es necesaria una mirada ho-nesta sobre lo que sucede, es necesario tomar conciencia y acción para abandonar definitivamente esos hábitos tóxicos de consumo de sustancias nocivas. Es necesario, apelando a la analogía que hacíamos al principio, cerrar el paréntesis.
Para la adicción hay salida.
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